Como saben (o no) soy entusiasta de la comida callejera. A una cuadra de mi casa está el humilde puestesillo de una señora donde vende quesadillas con su familia. Llegan todas las noches a eso de las nueve y se van como a la una de la mañana. Hace unos dos años que llegaron y siempre hay chingos de gente. Debido por supuesto a su apretadísima agenda, El Maestro no había tenido tiempo de probarlas, pero como siempre había gente, definitivamente eran las mejores del universo explorado. Tres meses atrás iba en mi carro muriendo de hambre como a las once de la noche. Le mandé un puto guasap a los viejos y confiables tacos al pastor, pero me dejaron en seen. Ardido por su desprecio busqué el número de las quesadillas. Y ellas sí contestaron. Cuando llegué había treinta personas (las conté). Con trabajos aparté a la multitud y le pedí a un chico dos quesadillas de carne y una de chicharrón. El chico de tez luchona anotó mis exigencias y me dijo "...