Entrar aquí es regresar a un lugar donde alguna vez viví, un sitio que conozco perfectamente. Abro la puerta y examino el pasado, buscando algo, cualquier cosa que le dé sentido a este regreso. Pero no encuentro más que vacío. Mentiras desparramadas como escombros, máscaras rotas que crujen bajo mis pasos, bromas que jamás tuvieron gracia. Todo está destruido.
Me detengo a respirar, pero me ahogo con el aire contaminado de recuerdos. Encuentro un espejo, uno que no recordaba, y me miro, esperando encontrar al que alguna vez fui, al que habitó este lugar. Pero la oscuridad lo devora todo. No hay rostro, no hay nada.
Cierro la puerta con fuerza y decido quemarlo todo. Este lugar, este momento y esta historia ya no existen.
¿Ha pasado tanto tiempo? Sí. Y solo avanza. Nunca regresa.
Hubo un día, uno que no puedo borrar, en el que tomé la decisión que me trajo exactamente aquí, a este lugar frío y vacío. Aquí no hay paredes ni horizonte, pero la falta de límites no libera; al contrario, asfixia. Estoy inmóvil, sin fuerzas. Las máscaras que me protegían, que me daban forma, ahora son polvo, y no queda más remedio que enfrentar esta tierra desconocida.
Con esfuerzo me incorporo y trazo un mapa, no como guía para volver, sino como un recordatorio de las grietas que podrían devorarme si me acerco demasiado. Cada marca señala un terreno prohibido, un abismo en el que no puedo permitirme caer de nuevo. En esta nueva existencia, ha sucedido todo lo que alguna vez deseaste, pero es aterrador. Desgasta, deja sin aire. Las noches sin dormir me llevan de regreso al día en que ya no se dijo nada.
Estoy orgulloso de ti, hiciste lo que tenías qué hacer sin dudar un segundo más. Las cadenas no siempre tintinean, a veces se clavan en el alma. Te liberaste de un monstruo sin rugidos, pero con garras que aprisionaban. Un día, en el eco de tu propio silencio, comprendiste que no sería suficiente soltar las cadenas, habría que romperlas.
Siempre te dije que, si alguien iniciaba una guerra, debía hacerlo con un golpe perfecto, devastador, uno que no dejara espacio para contraataques. Eso hiciste. Tu golpe fue tan certero que me dejó destruido, pidiendo misericordia en silencio.
Nadie vino a salvarme. Nadie extendió una mano para decirme que todo estaría bien, porque no lo estaría. Porque no merecía ser salvado. Y, sin embargo, aquí estoy. No sé cómo, pero floté, a la deriva, hasta alcanzar una orilla justo antes de hundirme por completo.
Debe arder. No pueden quedar ni cenizas, ni rastros de lo que alguna vez fue y de lo que alguna vez fui. Pero antes de que el fuego consuma todo, recuerdo algo. Meto la mano en el bolsillo y saco un pedazo de papel, uno que he leído tantas veces que las palabras están grabadas en mi memoria. Lo releo una vez más y, a pesar del tiempo, todavía no puedo creer lo que dice.
Quiero gritar. Quiero reclamar. Quiero explicarlo todo. Pero no tiene sentido. Ese día, el día en que ya no se dijo nada, ya fue vivido. Ya no hay espacio ni siquiera para una necesaria disculpa. Eso te quitaría la paz que tanto buscabas.
El fuego lo consume todo: los recuerdos, las máscaras, las mentiras, las promesas y ese trozo de papel.
Entonces, con la mirada fija en las llamas, surge una última pregunta:
¿Dónde está la salida?
Quizá no me recuerdes pero espero que sí, soy @TodoUnFraude del antes Twitter y el Blogspot del mismo nombre. No sé por qué escribo esto. Tal vez solo quiero escribir por escribir y leer por leer. La verdad es que las letras me dan paz.
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