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El pobre Apolinar

Como saben (o no), hace dos semanas se casó una prima. Fue algo improvisado ya que su ahora esposo debe ir a trabajar a Canadá y querían ser marido y mujer antes de que se marchara.
Nos citaron a las once de la mañana en el registro civil de Coyoacán, fuimos solo la familia cercana. Mientras esperábamos a que el juez hiciera lo suyo, me senté en una banca. Al poco rato llegó una mujer de cincuenta y tantos años cargando a un bebé. Se sentó junto a mí, parecía estar esperando a alguien.
Minutos después llegaron un muchacho y una muchacha de unos veintitantos años. Se veían cansados y angustiados. Le cedí el asiento a la muchacha y fui a sentarme a una fuente que estaba en el centro del edificio.
El muchacho hizo lo mismo. Buenas tardes, me dijo. Le dije hola y le sonreí. 
Él tenía el cabello chino esponjado, usaba lentes, era robusto y vestía con ropa un tanto sucia y que le quedaba muy apretada.
-¿Qué esperas? ¿Te vas a casar? preguntó. 
-No, Dios, respondí riendo. 
-Mi prima es la que se casa, esperamos al juez.
-Oh, sí, parece que también voy a tener que esperar, dijo.
Miré a la muchacha y luego le pregunté 
-¿Tú sí te casarás?
Él suspiró y miró al cielo… 
-Sí, hoy me quitan lo soltero. Ese niño es nuestro hijo, acaba de cumplir un año. Noté que miraba al niño de forma triste.
-¿Cómo se llama? le pregunté.  
-Lalo, así se llamaba mi papá. Yo me llamo Apolinar.
-Yo El Maestro, le dije mientras estrechábamos las manos.
-Venimos de ahí por el estadio Azteca, continuó Apolinar. 
Señaló a la señora y dijo 
-Ella es mi mamá, es la única que nos ha apoyado con esto de casarnos.  
-¿Y tu papá? Apenas terminé la frase, recordé que había dicho que se llamaba Lalo, tiempo pasado. Metí la pata. 
Apolinar volvió a suspirar y me miró:  
-Pos te voy a contar.
-Mi novia se llama Mariana, vivía allá por el Estado de México. Cuando la conocí me costó mucho trabajo que sus papás me dejaran andar con ella, decían que era una pérdida de tiempo, que mejor se concentrara en sus estudios. Eso fue hace casi tres años.
Ellos siempre fueron muy malos con ella. Su papá es un borracho y su mamá es una mujer sumisa que no hace ni dice nada. Mi papá me dijo muchas veces que esa familia no me convenía, que también debería dedicarme a mis estudios. Pero Mariana y yo nos queríamos mucho, así que ignoramos a nuestros padres.
Y así pasó casi un año.
Un día fuimos a una fiesta. Teníamos que llegar a las doce de la noche máximo.
Llegamos a las cuatro de la mañana. 
Su papá estaba borracho y la recibió a gritos. Yo traté de ayudarla, pero el pinche viejo sacó una pistola y me apuntó. Me moría de miedo, estaba borracho y enojado, pensé que me iba a matar. Mariana empezó a llorar, le suplicaba que no disparara. 
Al final su papá se calmó, casi la empujó para que entrara a la casa y yo me quedé ahí, muerto de miedo por lo que acababa de pasar y por lo que le esperaba a Mariana. 
Al día siguiente le llamé pero no me contestó. Todo el día estuve sin saber nada de ella. 
En la noche me mandó un mensaje que decía “ayúdame, tienes que sacarme de mi casa”. No sabía qué hacer, así que le dije a mi papá y llamamos a la policía. Nos dijeron que no nos moviéramos, que solo esperáramos.
A las dos de la mañana llegó una patrulla con Mariana… pobrecita, estaba toda golpeada. Tenía los labios destrozados y moretones por todos lados. 
Su mamá se había ido de la casa y no tenía más familia, así que se quedó con nosotros. La policía nos dijo que su papá se había escapado, que estarían vigilando por si se le ocurría aparecerse, que tuviéramos cuidado.
Pasó mucho tiempo y no supimos nada del papá de Mariana.
Mi familia estaba en crisis: mi papá ganaba muy poco con su taxi y mi mamá no tenía trabajo.
Para acabarla de amolar, Mariana salió embarazada.
Mi papá se enojó mucho, nos regañó como por tres horas. Los dos dejamos la escuela y buscamos trabajo, yo encontré en una ferretería, pero Mariana no tuvo suerte. 
Nadie contrata a una embarazada.
Un día estábamos cenando tranquilamente y escuchamos un fuerte golpe en la entrada de la casa. Mi papá y yo salimos a revisar: era el papá de Mariana. Venía en una camioneta y se había estrellado contra un muro. Se bajó como pudo y empezó a gritar “¡Mariana, hija de la chingada, ¿dónde estás?!” Mi papá me dijo que corriera a la casa y llamara a la policía.  Me metí, les dije a  mi mamá y a Mariana que no salieran.
De repente mi mamá empezó a gritar, salí corriendo y mi papá se peleaba con el de Mariana… y todo pasó muy rápido.
Antes de que pudiera ayudarlo, el papá de Mariana sacó la pistola y le pegó un tiro en el pecho a mi papá.
Mis vecinos oyeron el escándalo y nos ayudaron. Sometieron al papá de Mariana con mucho trabajo. Ya cuando llegó la ambulancia no había nada qué hacer.
Ese desgraciado mató a mi papá.
No supe qué decir, ¿cómo reaccionas ante una historia así? 
-Wow… lo siento mucho.
-Me corrieron de mi trabajo… tuvimos que vender el taxi de mi papá para sobrevivir, pero el dinero se está acabando. No sé qué vamos a hacer. A Apolinar se le salieron las lágrimas.
Mi mamá me llamó, el juez estaba listo.
-Oye, me tengo que ir. Mira, todo va a salir bien, no te preocupes. Apolinar se secó las lágrimas, se levantó y me dio la mano
-Gracias, ojalá así sea
-Verás que sí, le dije.
Él regresó con su familia y yo con la mía.
Hicimos una pequeña fila para entrar al juzgado y volteé a ver a Apolinar, no puede evitar tomarle una foto.




Esa es la historia del pobre Apolinar.
A veces la vida puede ser una hija de puta.
Como cuando te hace ir a bodas en donde te aburres y te pones a inventar la historia de vida de un palurdo asqueroso, su novia palurda asquerosa y su hijo palurdo asqueroso.
Ugh, odio a la gente.

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