Como a las tres (3) de la tarde salí de mi casa para dirigirme a una de mis muchas labores que son vitales para la vida humana. Un auto se estacionaba a unos metros, frente a la casa de la vecina.
Del auto salió un tipo y se dirigió a mí. Tan bien que iba mi día y a un extraño se le ocurre hablarme, maldita sea.
El tipo era español. Me preguntó si a la vecina no le molestaba que dejara su auto ahí (porque obviamente yo soy el secretario de la vecina). Dijo que no tardaría mucho.
Supongo que no, además creo que no está, le respondí al tipo. Me agradeció y dijo "vuelvo en unos minutos". No le di importancia y me fui.
Cinco (5) horas después, cuando regresé, el auto seguía ahí, como el dinosaurio. Y hace quince minutos me asomé por la ventana y seguía ahí.
Eso, queridos lectores de todo el mundo y los nuevos siete planetas descubiertos por la NASA, me hizo recordar que nunca puedes confiar en los españoles.
Caí en la misma sucia jugarreta en la que los aztecas cayeron hace tanto tiempo, cuando Hernán Cortés les preguntó si no había pedo en dejar sus caballos en el templo mayor un rato, que no tardaban.
Ahora, si me disculpan, debo prepararme para evitar que el tipo éste trate de conquistarme.
*Este post podría incluir inexactitudes históricas. El tipo de conquista podría o no ser romántica*
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