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Crónica de una guerra de pintura

En toda mi vida he ido al gotcha unas tres veces, me caga un poco porque los campos siempre están muy lejos y odio que las cosas estén lejos.
De esas tres veces solo recuerdo una, la más memorable. 
Era cumpleaños de mi primo (¿se acuerdan del post de 300? Pues es el mismo. Sus padres sí lo quieren y siempre le festejan) e invitó a familia y amigos a un campo de gotcha en alguna parte de alguna carretera abandonada por Dios.  
Como toda mi familia es rica menos yo, el campo era estúpidamente grande y teníamos municiones infinitas y comida y la hermana más sexy de algún amigo de mi primo.
Yo estaba muy emocionado porque jugar videojuegos de guerra ya no era suficiente y quería sentir la emoción de asesinar a algún miserable en el campo de batalla, aunque fuera solo con pintura. Nos dieron la clásica plática de seguridad a la que por supuesto puse mucha atención: Nunca disparen a la cara porque... -uh, ¿qué dijo sobre disparar a la cara? Debe ser muy divertido.  Nos dieron nuestros equipos y yo lucía fantástico. Aquí una foto mía:  






Nos preparamos para la batalla. Se suponía que estaría en el equipo de mi primo porque somos familia y la familia nunca te abandona, pero le valió madre y me relegó con sus amigos menos populares, impedidos e incapaces de armar una estrategia militar efectiva.
Como el único con experiencia en guerras (porque como saben o no combatí en Vietnam e Irak. Todo mi pelotón murió, nadie se salvó. NI SIQUIERA YO) tomé el control del equipo. Usé mis cualidades natas de líder y asigné a todos un puesto: 
-Tú vas a ser francotirador, sube a esa torre sin que te vean... tú estás gordo, quédate aquí y si ves a alguien le disparas... tú no sabes ni cómo disparar así que vas a salir del campo y tendrás preparado un refresco y unas papas para mí. 
Mi estrategia era infalible: Como los de mi equipo eran idiotas, iba a dejar que los mataran a todos y, mientras eso ocurría, yo entraría al campo enemigo como un ninja, asesinando a todos sin piedad.

La guerra empezó. 

Para sorpresa, mi equipo sacó el coraje de... no sé, de los perdedores que nadie quiere y comenzaron a matar rápidamente a los del equipo de mi primo. De 15 jugadores que teníamos nos quedaban 8 en cada equipo pasados 5 minutos.
En el equipo de mi primo había un estúpido niño más pequeño que todos los demás. Y nadie se atrevía a dispararle solo por ser pequeño. El desgraciado se podía poner en medio del campo y no le pasaba nada. Yo estaba muy ocupado siguiendo mi plan como para matarlo. Les dije a varios que lo mataran, no hicieron caso. Tontos... fue el mayor error de sus vidas... Resultó que el pequeño engendro era un genio del mal. Pasados casi 20 minutos y solo quedando 4 jugadores en cada equipo, al pequeñín (ya sin balas) se le ocurrió arrastrarse hasta nuestra base. Encontró a los tres de mi equipo sin defensa y gritó: ¡arriba las manos! 
Les apuntó con la marcadora y los tres, increíble y estúpidamente, se rindieron. 
Mientras mis compañeros caídos salían del campo, escoltados por el mocoso que era vitoreado por su ingenio, yo maté a los tres que quedaban del equipo de mi primo. 
Solo quedamos el grumete y yo. Ya sabía que no tenía balas, así que en cuanto lo encontrara, le iba a disparar a la chingada. 
Solo escuchaba los gritos de ánimo hacia ambos, más hacia el asqueroso párbulo que no lograba encontrar. 
Me acerqué a la salida y me oculté tras un enorme muro. Y de la nada, el enano ya estaba detrás de mí. Volvió a decir ¡arriba las manos! Tenía dos opciones: Dejar ganar al infante como buen mayor responsable, o, dispararle sin piedad y llevarme la gloria. Y es que, la gloria consistía en un paquete con pizza para todo tu equipo. (Al final los dos equipos tendrían pizza, pero maldita sea, yo quería ganar) Le disparé a quemarropa. El arbitro o como se llame sonó su silbato y le dio la victoria a mi equipo. El niño empezó a llorar porque la bala le había pegado en la zona más blanda del traje. Muchos me vieron feo pero, jaja, yo tenía pizza y ellos no. Había valido toda la pena del mundo.
Luego resultó que el niño tenía una herida no grave porque le había dado de muy cerca y me regañaron and shit. Pero claro, ver sus lágrimas de dolor solo me hizo sentir mejor, hizo la pizza más deliciosa.
Y así termina la historia de hoy. Regresé a mi país como un héroe, me hicieron desfiles, colocaron estatuas mías en Reforma y History Channel hizo un programa dedicado a mí y mis hazañas. 

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