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Sumesa gentrificada

Los que viven en el D.F. (menos Vraulio) seguro han visto por ahí un Sumesa: un mini super perteneciente a Comercial Mexicana.
Ya no quedan muchos porque han sido aplastados por gigantes con mas variedad de productos y mejores precios and shit, pero cerca de mi casa aún quedan tres. 
Casi siempre voy al más famoso (porque fue el primero que pusieron o algo así). 



El lunes pasado fui a comprar no sé qué después de meses de no hacerlo y noté horrorizado que se había gentrificado.
Mi hermosa compañera Wikipedia les comenta sobre la gentrificación por si no saben de qué hablo: "Gentrificación es un proceso de transformación urbana en el que la población original de un sector o barrio deteriorado y con pauperismo es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo a la vez que se renueva".
Gracias, Wiki. Pues eso, los ricos corren a los pobres. 
Como saben (o no) llevo poco más de dos años peleando contra la gentrificación acelerada y fomentada por la corrupción, entonces imaginen cómo me puse al estar ahí.
Primero noté que colocaron un biciestacionamiento que estaba lleno. Y no de bicis que compras en Benotto, la mayoría eran de ruta y urbanas estúpidamente caras.
En el interior habían cambiado la distribución de los anaqueles y había productos gourmet. No le di mucha importancia y me dirigí al departamento de frutas y verduras donde encontré productos orgánicos. La cosa ya estaba muy mal, "creí haber entrado a Sumesa, no a un jodido Superama" exclamé sensualmente. 
Al hacer fila para pagar, me encontré rodeado de muchos extranjeros, la mayoría (sí, adivinaron) mugrosos argentinos.
Detrás de mí una pareja gay le decía a su hijo que no tocara las botellas de vino, este no hizo caso, tiró y rompió una. El vino se escurrió lentamente entre mis pies y por un momento pensé que era la sangre de Sumesa, asesinado por la malvada gentrificación.
Y qué mal pedo. No me opongo al crecimiento y evolución de las ciudades, pero en este caso especifico, va de la mano de intereses muy oscuros. No queda nada de la colonia donde nací, crecí y fui educado.
Salí lo más rápido que puede y me fui a casa pensando tres cosas:
1. Sabes que tu colonia se ha gentrificado cuando ves bicicletas caras, más extranjeros que mexicanos y parejas gays.
2. Los gays no deben adoptar niños. El pequeño no habría roto la botella si hubiera escuchado el grito furioso de una madre.
3. Espero que derechos humanos o la comunidad LGTydemás no se echen sobre mí por el pensamiento anterior.

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