Como saben (o no) odio las ofrendas (wow, otra cosa que odias, no mames, ya ni es gracioso).
Las considero extraños rituales que atraen fuerzas tenebrosas que no comprendemos. Y la fruta siempre se echa a perder y apesta.
Pero bueno, para muchos es una linda tradición. Antier fui con mi buen amigo Chef a C.U. a ver todas las que había. Fue un RemediosVaropalooza. Pero todas esas ofrendas me recordaron una experiencia que viví en quinto de primaria con un amigo al que llamaremos Bien Frito. ¿Verdad que es muy divertido y bonito poner ofrendas? ¡Pues no es cierto!
Nuestro grupo era encargado de poner la ofrenda para el patio principal. Tarea no tan complicada, pensarán ustedes. Error. Tomen, una foto (de hace mil años porque fue la única que encontré) para que vean el tamaño de la escuela y se den una idea de la mega ofrenda que debíamos hacer:
Como en cualquier actividad escolar, yo no quería participar. Sobre todo porque el miserable profesor me había decomisado un trompo días antes. ¡Mi trompo Aztec!
Al final acabé participando ordenando las flores y robándome varias calaveritas de azúcar.
La ofrenda quedó muy cool y grande y luciferiana/illuminati y todos continuamos con nuestras vidas. Pero el mismo día que terminamos, a eso de las 5 de la tarde, empezó a llover. Un tormentón impresionante cayó dándole en la madre a la ofrenda. Como el responsable estudiante que era pensé ni modo, esto es una señal de que la naturaleza siempre será más fuerte que nosotros. Como a las 7:30 pm me llamó mi profesor. Me pedía ayuda de emergencia para arreglar el desmadre. Acepté a regañadientes.
Llegué a la escuela esperando ver a todos mis compañeritos y, por qué no, a varios de sus papás. Pero no. Solo estábamos el profesor y yo. Comenzaba a entrarme una paranoia de que iba a abusar sexualmente de mí cuando llegó Bien Frito. El profe llamó a casi todos los estudiantes y solo nosotros fuimos.
Todo se había ido a la chingada. Como no podríamos conseguir flores solo íbamos a cambiar esas madres de papel picado y varias calaveritas, intentaríamos dejarla lo más presentable posible. Iniciamos los trabajos de restauración aún con un poco de lluvia fastidiando.
Dieron las 9 de la noche y al profe se le ocurrió una idea brillante: Iba a ir a Jamaica a comprar las flores. Yo pensé no mames, ¿por qué hasta Jamaica? Seguro en México pueden conseguirse. El profe nos abandonó y seguimos en lo nuestro.
Cuando inauguraron Disneylandia varias atracciones no funcionaron, la primer visita a Jurassic Park resultó un bufete para los carnívoros... nuestra tragedia fue que se nos acabó el diurex.
A ninguno de los dos se nos ocurrió llevar... pues algo, lo que fuera, simplemente fuimos y ya.
Había que encontrar ese diurex. El profe dejó abierto nuestro salón (que estaba en el segundo piso) porque ahí estaban todos los materiales. Subimos.
Mi atención se desvió hacia un cajón en donde, estaba seguro, se encontraba prisionero mi pobre trompo. Cuando iba a rescatarlo, Bien Frito me recordó nuestra misión. Pero no había diurex. Resignados a esperar a que el profe regresara, nos sentamos en las bancas y hablamos sobre los más recientes descubrimientos bioquímicos (Bob Esponja). Estaba resultando una velada encantadora cuando de pronto, se fue la luz.
Reaccionamos como todo niño normal ante un apagón: con terror. Salimos al pasillo y no se veía nada. La única luz era la de la luna, y no era mucho porque las pinches nubes nos trolleaban ocultándola. Bien Frito solo preguntaba nervioso ¿qué hacemos, qué hacemos? a lo que yo contestaba no sé, no nos vamos a morir, no aquí en la maldita escuela. Siendo solo un niño sin preparación en situaciones de película de horror se me ocurrió salir a buscar una vela (Sí, una vela. En la escuela. Con todos los salones cerrados excepto el nuestro...)
Mi patiño y yo bajamos las escaleras como pudimos y nos dirigimos al patio trasero.
Fuimos a los salones de cuarto, pero todos estaban cerrados. Nos dimos una vuelta por la alberca, también cerrada. Nos metimos al auditorio por una ventana que logramos abrir, pero de nuevo, no había vela.
Estando nerviosos por la falta de luz y el hecho de estar completamente solos en una escuela enorme, era seguro que nuestra mente iba a jugarnos una broma. Seguro nuestros ojos se iban a equivocar tarde o temprano e íbamos a ver un monstruo/asesino/recuerdo malvado del pasado/Laura Bozzo. Por suerte, no vimos nada de eso. Pero sí pasó algo raro: al salir del auditorio notamos que la puerta a la alberca (por la que ya habíamos pasado y estaba cerrada) estaba abierta.
Aquí nuestra expresión:
No vamos a ir a ver qué o quién abrió la puerta... eso habría dicho yo si no fuera un idiota.
Entramos a la alberca. Con cuidado para no caernos y morir ahogados, dimos la vuelta para ver si encontrábamos algo. Entonces Bien Frito me jaló un brazo. Volteé y alcancé a ver una sombra que se dirigía hacia la puerta. Le sugerí a Bien Frito que si quería conservar su garganta a salvo de rajadas, no dijera ni una palabra. La sombra se convirtió en una persona que salió y estaba cerrando la puerta. Yeih, ahora nos íbamos a quedar encerrados. Bien Frito pensó rápido y pateó una de las tablas flotadoras. El ruido hizo que la persona regresara. Imaginamos que era uno de esos espectros capaces de ver en la oscuridad porque ni una lamparita traía. Rápidamente salimos y corrimos muy asustados al salón. Solo hubo un problema: nos equivocamos de patio. Ay, éramos brillantes.
Nos ocultamos en la entrada del patio trasero. La persona salió corriendo de la alberca, dispuesta a encontrarnos. En esa época apenas salían los primeros libros de Harry Potter y no los había leído, si no, habría sabido cómo librar una situación de peligro en una escuela gigante y de noche. Y habría encontrado la piedra filosofal.
Para nuestra desgracia la persona se dirigía justo hacia nosotros. Nos valió madre la vida y corrimos hacia el otro patio. La persona nos gritó ¡pérense, rateros! Corrimos como nunca en nuestras jóvenes vidas, pero no llegamos a la salida. El asesino nos agarró a los dos. Al pobre Bien Frito lo tiró bruscamente. Somos estudiantes, arreglamos la ofrenda gritaba Bien Frito mientras yo trataba de zafarme de las garras de nuestro perseguidor. ¿Estudiantes? Nadie me dijo que habría estudiantes. El tipo me soltó y le expliqué lo de la ofrenda. El dude era el conserje. Estábamos tan asustados y tan pendejos que olvidamos que en todas las escuelas hay un conserje. El tarado del profe jamás le avisó que íbamos a estar ahí, por eso apagó las luces y salió a revisar cuando escuchó nuestros ruidos.
Media hora después llegó el profe con las flores. Contamos lo sucedido, reímos y seguimos con nuestro trabajo.
La ofrenda quedó presentable, nos hicimos amigos del conserje y lo más importante, Bien Frito y yo aprendimos una valiosa lección: Yo siempre tengo razón, el trompo estaba en ese cajón. Y me lo regresaron.
Comentarios
Publicar un comentario